Terror; hoy; acá #7 La Ruta Cero nace en la Chaira, de Rubén Risso.
«Si algo no faltaba en la Chaira eran personas dispuestas a creer»
Hablemos de lugares comunes: pueblos embrujados, niños malditos, programas de radio siniestros, jóvenes adultos en una cabaña en medio del bosque. Los que no son fans del terror quizás piensen que es imposible volver a hacer algo medianamente bueno con esos tropos repetidos hasta el hartazgo. Los lectores del género, en cambio, no sólo sabemos que es posible, sino que nos resultaría imposible pensar en una historia sin esos u otros de los recursos típicos constantemente revisitados.
Rubén Risso es otro autor que consigue contar una historia pasando, concretamente, por esos tópicos, aunque bien tamizados por trucos formales. La Ruta Cero nace en La Chaira (2018) es una novela fragmentada. Aunque en la propia página web de la editorial, Sello Fantasma, figura como «un compilado de cuentos que funciona como una novela episódica». La historia se construye con huecos en los que el tropo habla por sí mismo, sin ser escuchado. El relato se estructura sobre diferentes episodios que reconstruyen el pasado, el presente y el futuro de un pueblo perdido en la llanura pampeana cuyos habitantes, tras una serie de desapariciones de niños, han decidido aislarse del resto de la provincia —quizás influenciados por las mismas fuerzas que se llevan a los pequeños.
Cierran las fábricas, toman el sentimiento religioso como identidad personal, se quedan en el tiempo y los muertos vuelven a cubrir sus turnos infinitos. Ese mundo, temporalmente estancado, requiere tecnologías temporalmente estancadas, por eso el libro recurre una y otra vez al fenómeno radial como recurso narrativo, por un lado, y como oportunidad paranormal, por otro. Es decir, el asunto de la radio es un episodio concreto en la leyenda de La Chaira, pero también es un espacio desde el que se nos cuenta la historia. —El recurso de la radio como medio para el terror quizás se remonte a la famosa emisión de La Guerra de los Mundos de Orson Welles y recientemente fue tomada, de forma similar a como la usa Risso, en la serie La frecuencia Kirlian.
El choque generacional —que es en realidad un choque adentro-afuera: el mundo donde el tiempo no transcurre y el mundo normal— también se da en términos de formato. El relato titulado “Los Maschwitz” está enteramente contado a través de un chat de WhatsApp (con todo el aparato de fotos, emojis y el horario en que se envían los mensajes). Eso que puede parecer, a simple vista, un recurso experimental agobiante, está llevado de forma muy linda en La Ruta Cero.... Sabe construir las voces de los personajes y, sobre todo, sabe aprovechar lo que parece suceder por fuera del texto. El mérito de una narración es ése: no “trabajar con lo no contado” —no hay nada más que lo contado, nada más que texto—, sino producir la ilusión de que hay algo donde no lo hay. Un truco de magia. Para eso son las palabras. Bien llevado, en los márgenes del terror, puede ser espeluznante.
Risso aprovecha el medio —el formato chat está mejor aprovechado que el formato radio—: reparte meticulosamente los roles y ánimos de los personajes de modo que todo lo que digan tenga sentido narrativo. Para que no suene forzoso —¿por qué se contarían entre ellos lo que viven?—, tiene la precaución de ubicar un personaje que está al margen, forma parte del chat pero no de “la fiesta” —el chat es un grupo para organizar una fiesta en una quinta familiar en La Chaira—. Tengamos en cuenta que, de por sí, ya es todo un desafío hacer funcionar un diálogo.
En general se acepta que la literatura de terror no puede, como las películas, “asustar”. Porque no tiene toda la parafernalia técnica de los ruidos repentinos, las atmósferas oscuras y lo visualmente grotesco. Más allá de que nunca me pareció que “asustar” fuera condición necesaria para el terror (de eso hablamos otro día) o de que no me parece que “el susto” sea lo mismo que “el miedo”, puedo decir que La Ruta Cero... —y concretamente el relato en cuestión— asusta. Releyendo el libro para escribir esto, aún sabiendo lo que pasaba, volví a sentir escalofríos (literalmente) en esa parte. Como la primera vez. Y creo que va a pasar cada vez que la lea.
Quizás el único problema con este segmento es haberlo puesto tan adelante (es el segundo) siendo el pico más alto de horror en el libro. Y porque es “lo más extraño” que hace. Sin embargo aún hay otros grandes momentos. “Luciérnagas en almíbar”, relato de decadencia industrial, es quizás mi favorito. Episodio aislado que dentro de La Ruta Cero... oficia de parámetro mítico. Risso entrelaza las historias para establecer una mitología (un “lore”). Se podría decir que hay dos categorías: los cuentos sutiles, en los que de a poco se va acercando lo oscuro. Y los cuentos que son directamente oscuros. Dispuestos estos últimos para el goce de quienes gustan de lo siniestro y del terror más explícito.
Con ese desarrollo logra convertir al pueblo no sólo en personaje, sino en el monstruo. Ahora bien, eso tiene también una contra. Al centrarse tanto en los horrores de adentro, no da lugar a la mirada externa “normal” (o normalizadora). La historia se termina tomando medio a la ligera a sí misma —eso no está mal— porque no logra construirnos una víctima creíble. Un yo que soy distinto al monstruo y que personifica el orden transgredido. Es decir, hay algo del orden del “aparato de la enunciación” —¿con quién descubrimos los secretos oscuros de La Chaira?—, creo yo, que a veces no convence. Como si en realidad el relato fuera el pueblo (con sus misterios revelados) mirándose a sí mismo.
Lo que ve y nos deja ver son, de cualquier forma, escenas grotescas muy bien logradas. Además, se evita así reconstruir alguna de las mediaciones trilladas —entre los episodios terroríficos y nosotros— que el terror, en tanto género que dispone una lucha del bien contra el mal, no ha dejado de explotar.
La editorial Sello Fantasma pertenece al propio autor y la edición de La Ruta Cero... está muy cuidada. Se puede conseguir el libro directamente desde su página web.
Terror; hoy; acá es una guía de lectura para producciones de horror contemporáneas y latinoamericanas. Principalmente argentinas, por mi condición geográfica. La idea es mostrar un panorama de lo que se está estrenando y publicando en términos de terror cerca de nosotros. No es una recomendación ni una crítica. Con lo cual mi opinión importa poco y nada. Como es muy común que el terror circule en el circuito independiente —pequeñas editoriales, ediciones de autor, Internet—, no voy a hablar mal de las obras ni desaconsejarles que las compren. Lo que no quiere decir que me gusten más o menos. Salvo que algo me resulte pésimo —ilegible—, y por lo tanto no escriba nada al respecto, creo que hay un lector para todo, incluso para aquello que no consigue atraparme a mí. En todo caso, quiero colaborar con el género. Que el que busque terror encuentre terror.