Acerca de El Origen del Planeta de los Simios
Análisis de la película que supo llevar a la gran pantalla un clásico de Leopoldo Lugones.
La época de las secuelas ha terminado. Hoy en día, el mundo del espectáculo encuentra más jugoso el nicho de las precuelas. Parece ser que todo relato tiene atrás una historia jamás contada. Que todo personaje necesita un backstory que no podemos perdernos. Nos hacen creer que los mundos de ficción siguen las mismas reglas sobre el paso del tiempo que nuestro mundo. El asunto no es sólo contarlo todo, sino contarlo entero, en orden, de atrás para adelante; sin enunciación, sin descubrimiento, sin dejar que el espectador dude. Lo que llama la atención es la poca predisposición para contar, la voluntad de estirar una historia hasta que los hechos solo avancen, que pasen cosas. Pero en la ficción nunca pasan cosas. Sólo hay relato. Y a mi parecer, como fanático de los “cuentos de monos”, uno de los casos más alarmantes es el de la última saga de El planeta de los simios.
La película que da (re)inicio, El origen del planeta de los simios (2011), no es que sea una mala película —mucho menos que me haya disgustado—, pero fracasa en tanto pretende, justamente, ser una precuela. En este nuevo comienzo de la franquicia se retoma un material ya predispuesto —porque en la saga original también se había elaborado el Origen— sin proyección narrativa, de forma lineal y decodificada. Es un error común entender que eso es lo mismo que decir “de forma natural”. En realidad, no hay una forma natural en que funcionen los mundos de ficción. El descubrimiento de esa otra historia, del ascenso olvidado de los simios, parece sorprendente y suficiente como para armar una nueva película. Pero esa historia no está “escondida” porque faltó tiempo en pantalla, sino porque no es interesante. De hecho, porque ya está contada.
La primer serie de El planeta de los simios, víctima del virus de la secuela, cae en algún punto en una trama de viajes en el tiempo y consigue así que los simios del futuro, al modo de Terminator, desencadenen el triunfo de los primates en el pasado. Pero por un momento, ignoremos la existencia de todas esas secuelas y concentrémonos en las películas de cabecera. Porque, en un principio, en ambas películas tituladas El planeta de los simios (1968 y 2001), el argumento de El origen... también ya está contado. La historia de monos torturados para alcanzar el habla, que se rebelan al adquirir una inteligencia humana y destierran al hombre de su propio mundo, ya está codificada en la historia de un hombre que cree llegar a un planeta alienígena habitado por una civilización simiesca.
Este Origen se narra, tanto en la original como en la de Tim Burton, magistralmente y en pocos segundos. Todo el argumento —los que vieron las películas lo saben— está concentrado en la escena de la Estatua de la Libertad («¡Malditos, lo hicieron!»). No le hace falta dar vueltas sobre los orígenes de la civilización simiesca, además, porque a partir de esa escena la saga dialoga con una tradición narrativa preexistente, que es la de los cuentos de monos. El del mono super dotado que se levanta contra su creador es un chiste que ya todos conocemos —está en “Yzur”, en “Informe para una academia”, en Monkey shines, en Congo—. Es una matriz narrativa que el espectador tiene interiorizada. Y ese marco es, también, una variación de las historias de Ciencia Ficción en general, al modo de Frankenstein, en que un científico comete un error y sufre las consecuencias. Ese modelo, por último, no es otro que el de la tragedia.
De tal modo que, para no repetir, El planeta de los simios decide hacer un giro narrativo novedoso y cuenta esa misma historia, pero escondida en una trama de aventuras. Lugones, en “Yzur”, elige contarla a través de un simulado informe científico; Kafka, en “Informe para una academia”, hace hablar directamente al mono. Esta historia de una civilización simiesca, tiene la apariencia de una aventura de ciencia ficción en que un hombre encuentra una cultura nueva —un esquema al estilo de Utopía—, pero es en realidad, otra vez, el argumento de un cuento de monos cualquiera. Ese futuro distópico es posible sólo en la medida en que el espectador da por sentado los presupuestos de ese tópico, sobre el que se elabora el pasado, y acerca del cual se van dejando caer pistas en el desarrollo de la película.
La precuela, que es también un reinicio, pretende elevar lo evidente a la superficie. Sacar a relucir lo que no necesita ser contado, como si ese gesto fuera una proeza del ingenio y la creatividad. Anula la historia en apariencia para contarnos la otra, la implícita. No se da cuenta de que esa superficie llena de secretos, de agujeros, de piezas sueltas, es en realidad una estrategia narrativa. Y es ahí donde recide el chiste. Según Ricardo Piglia, justamente, todo relato cuenta, en verdad, dos historias. Una evidente, manifiesta, central. Y otra que se desprende de aquella, inevitable, a veces más o menos visible. Siempre fundamental. La tensión entre ambas, el modo en que un relato las dispone, es el Estilo. Desarraigarlas la una de la otra es eliminar el Estilo, lo que quiere decir, ocultar las marcas de la enunciación. Hacer de cuenta que el cuento no es cuento. Desembarazar a la historia del relato.
En su “Tesis sobre el cuento” Piglia se imagina, a través de ejemplos ingeniosos, cómo el estilo de diferentes autores podría trabajar una trama común. Para El planeta de los simios, ya lo dijimos, la historia evidente es la de Utopía, o la de La isla del Dr. Moreau, incluso la de cualquier crónica de indias. La trama que subyace, por su parte, no es ni más ni menos que “Yzur”. En ese cuento de Lugones, como es de esperar, un científico cínico y de ideas nefastas pretende infundir el habla en un chimpancé. Finalmente, lo logra, pero consigue al mismo tiempo la muerte del simio y la pérdida de su propia humanidad —todo cuento de mono, al darle humanidad a la bestia, bestializa también al ser humano—. De modo que sucede algo extremadamente curioso: esta imagen, esta relación, nos permite pensar que El planeta de los simios es, de hecho, una secuela de “Yzur”. Una secuela con un final alternativo, por supuesto. El cuento de Lugones es el paradigma de todos los cuentos de monos y, en la novela original, Pierre Boulle se permite meter a su historia en el mismo mundo de Yzur. No ya como un cuento, sino como un caso científico ejemplar sobre el habla de los simios:
El mismo hecho de que tuvieran un lenguaje podía no ser tan raro como yo había creído. Recordaba ahora una conversación con un especialista que me había dicho que hay sabios muy formales que se pasan una parte de su vida intentando hacer hablar a los simios. Pretenden que en la conformación de estas bestias no hay nada que se oponga a ello. Hasta entonces todos sus esfuerzos habían sido en vano, pero perseveraban en su empeño sostenido que el único obstáculo era que los monos no querían hablar.
El tópico de “hacer hablar a un simio” es recurrente en la ciencia —implica delimitar los alcances de lo humano— y también es de sobra conocido el mito de que “los monos no hablan para que no los hagan trabajar”. Es anterior a Lugones, por supuesto. Pero las palabras textuales que usa el narrador de Boulle, la articulación de todo ello en un pequeño cuento, que instaura un “estado de las cosas” antes de que se profundice la novela, son abiertamente “Yzur”.
Y si El planeta de los simios es una secuela cinematográfica del cuento, entonces su precuela, El origen del planeta de los simios, no cabe duda, es, ni más ni menos,“Yzur”. Es un live action, muy libremente interpretado, de un cuento clásico argentino. El origen... podrá estar adaptada para la pantalla y para los tiempos modernos, pero no deja de ser la vieja historia de Lugones. El final es otro, pero no sería la primera adaptación que se toma libertades extraordinarias. La primera vez que vi la película, cuando llegó la escena en que César, el chimpancé original, finalmente habla —dice “NO”—, resonaron en mi cabeza las palabras de Lugones:
... y entonces, con su último suspiro, el último suspiro que coronaba y desvanecía a la vez mi esperanza, brotaron —estoy seguro—, brotaron en un murmullo (¿cómo explicar el tono de una voz que ha permanecido sin hablar diez mil siglos?) estas palabras cuya humanidad reconciliaba las especies.
A partir de esa escena, supe que no iba a olvidarme más de la película. Hasta entonces, fue sólo un enternecedor relato paternal de James Franco con un mono, cuyo final ya conocíamos. Tras la humanización de César/Yzur, entendí que tenía que dejar de verla como una precuela, como algo que necesito saber para entender lo que vendrá después. Dejé de pensar que formaba parte de la franquicia El planeta de los simios. Ésa me parece la clave de lectura correcta. Si entendemos que es una adaptación del cuento, sólo tenemos que indignarnos por un par de retoques que, al fin y al cabo, dependen más de cuán conservadores seamos como lectores. Conocer en pantalla a los personajes que tenemos de palabras nos gusta a todos, aunque finjamos enojarnos cuando algún detalle no se respeta. Y ver que esta versión de Yzur, César, ejerce la justa venganza, resulta particularmente tranquilizador. Para la ficción es una patada en la entrepierna cuando se la despoja del armazón que es el Estilo y miro con mucho recelo esa tendencia. Pero si podemos hacer este esfuerzo, por lo menos, la narrativa puede suspirar ahora que, tras más de cien años, el chimpancé puede rebelarse contra nosotros.
Lo que diga, ese final alternativo, sobre la evolución del trato que tenemos con los grandes simios, sobre si implica una conciencia de nosotros como seres que aprendieron de sus errores, o si en cambio busca defendernos y victimizarnos, queda como reflexión para otro día. Por lo demás, puedo decir que vi El amanecer del Planeta de los Simios y La guerra del Planeta de los Simios con mucho cariño. Porque había descubierto que César no era otro que Yzur, a quien Lugones nos había invitado a ver agonizando hasta morir. Ahora sólo me falta ver cuál será el destino de su descendencia en El reino del Planeta de los Simios, la última película hasta la fecha inspirada en un clásico de la literatura argentina.
Lamentablemente, no recibo remuneración alguna por la publicidad que terminé haciendo a la última película de la saga. Me ganó la emoción, al ponerme al día y al volver a mirar cada entrega. Ustedes mismos pueden aportar, como agradecimiento por traer El Planeta de los Simios a la Narrativa Nacional. Si te gusta lo que escribo y no te hace gracia que deje de escribir, podés contribuir con un cafecito.
Novedades y otras cosas
Ya estoy cargando mis relatos sobre el último viaje que hice a la Selva Misionera en el blog Aves en General. Dibujar, transcribir y corregir es un proceso que me lleva cada vez más tiempo del que espero y, como todavía no tengo presiones para apurarme, lo hago en la medida que pueda disfrutarlo. En algún lugar hay menciones de monos, pero yo no pude ver ninguno esta vuelta.
Por lo demás, estuve en la Feria del Libro para la presentación de Para hechizar un cazador, última novela de Luciano Lamberti y ganadora del Premio Clarín 2023. Cuando la termine, quizás salga un especial de Terror; Hoy; Acá. ¿Que qué es eso? Es una sección dentro de Prólogos a cosas en la que hablo de qué se está escribiendo enmarcado en el género y en Latinoamérica.
El programa de la FIL es confuso y variable. El mismo día fue Mariana Enríquez y nadie avisó nada. El evento de Lamberti tenía la hora mal puesta. Otro día pasé a buscar a Miguel Ángel Molfino y había desaparecido de todos los promocionales donde antes figuraba. Lo bueno es que, para verlo, releí los cuentos de El mismo viejo ruido. No recordaba que fueran tan buenos.
¡Hola! En breve iré leyendo las entradas anteriores, soy nuevo acá y los temas sobre los que escribís me llaman mucho la atención. Te estaré comentando pronto. ¡Avante!