¿Por qué leer los prólogos?
La lectura es, casi siempre, un acto solitario. Leer las palabras preliminares a un texto, lo que otros dicen, los comentarios al margen o al pie, son una forma de abandonar la soledad. Escribo este archivo porque tengo ganas de hablar de literatura.
Pero mi propósito no es hacer gacetillas ni contratapas. Lo que me interesa es la literatura como trabajo mecánico. En el sentido de poder desentrañar cómo es que un objeto funciona, cómo se comporta. Lo que yo quiero hacer es: agarrar las obras, engraparlas en una mesa de trabajo, abrirlas al medio y sacarles los órganos. Para entender cómo es que funciona ese organismo.
No me interesa la materialidad de esa objeto. Si un prólogo es cualquier palabra que esté antes, y que anuncie al mismo tiempo que habla de, otra cosa, entonces puede haberlos de muchas obras más aparte de las que son sólo libros. En general, como la literatura moderna nos obliga a pensar en libro, el género “reseña” casi ignora la meticulosa maquinaria del cuento, por ejemplo. Pero además, también podemos descubrir esos procedimientos en canciones, películas, prácticas cotidianas, instituciones, disciplinas...
Aunque leo desde muy chico, descubrí la idea de los mecanismos textuales —de que las historias, de alguna forma, nos manipulan— mirando películas: con El Planeta de los Simios y con Terminator. Abrir al medio cualquier discurso nos permite saber cómo funciona, como si fuera posible aprender reconstruir un reloj, sólo desarmándolo. En los otros ámbitos —bicicletas, computadores, lapiceras— no me doy la misma maña y, donde meto el destornillador, pierdo tornillos.
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