Vampiros en el Cine (1922 - 1949)
Un recorrido por el primer cuarto de siglo de chupasangres y revivientes en cuerpo presentados en la Gran Pantalla.
La moda de los vampiros arrancó más o menos en el Siglo XIX. Fue originalmente “El Vampiro”, de John William Polidori, el que ingenió este personaje a la vez fascinante y aterrador. Nunca antes de 1816 se había intentado hacer del monstruo un dandy. Y eso es parte ya de su definición. La llegada del Drácula (1897), de Bram Stoker, no hizo otra cosa que consolidar al monstruo, más que en la literatura, en el imaginario popular. No es extraño, por lo tanto, que el cine se haya apurado para adoptar al vampiro como personaje propio.
De hecho, para Horacio Quiroga, el cine tiene algo vampírico de por sí. Muchas veces se trata, después de todo, de revivir gente muerta. Por eso, cuando él explora el tópico en su propio “El vampiro”, no hay maldiciones ni superstición, sino avances descabellados de la tecnología con espectros que escapan del celuloide. Otra de sus incursiones en el género es el famoso “Almohadón de pluma”, donde convierte al chupasangre en un abominable ácaro. Algo similar hace Guy de Maupassant en 1887: reinventa a su monstruo, “El Horla”, como un vampiro invisible pero totalmente natural, que es revelado por la ciencia misma. Ya para la salida de Drácula, en realidad, el mundo literario estaba bastante aburrido de vampiros, fantasmas y brujería. Hay que pensar en la obra de Stoker como un novelón medio anticuado para su época. El cine, como disciplina, tenía algo a su favor: para finales del Siglo XIX, cualquier cosa se vería novedosa en una pantalla.
Quizás por eso la primera aparición del vampiro en el cine es anterior a la del mismísimo Drácula. Ya se lo ve en La Mansión del Diablo de George Melies (1896), un filme de tan solo tres minutos. Por su parte, durante el inicio del Siglo XX, los primeros intentos fueron rusos, con una supuesta versión de Dracula de 1920. Más tarde tenemos la obra perdida del húngaro Károly Lajthay, Drakula halála, de 1921. De la segunda han desaparecido todas las copias y, de la primera, ni siquiera estamos seguros de que haya existido.
La consolidación del vampiro como un personaje del séptimo arte no se dará hasta 1922, con la famosísima Nosferatu, de Friedrich Wilhem Murnau. Éste es el primer largometraje del que tenemos registro basado en la novela de Bram Stoker, aunque, como adaptación, se trata de una versión más o menos ilícita. Si bien Bram Stoker ya había muerto en 1912, Murnau y su equipo (Prana Films) no tenían los derechos para adaptar la obra. La viuda del autor, Florence Balcombe, se negó a venderlos. De cualquier forma, cambiaron el nombre de todos los personajes y siguieron adelante.
Rebautizaron incluso al Conde Drácula, que ahora se llamaría Conde Orlok, una versión más monstruosa y menos elegante que la de Stoker. Además, la historia no transcurre en Inglaterra sino en Alemania. Los personajes, numerosos de la novela, se reducen a la mínima cantidad necesaria. Así, aunque reducidos, están todos los elementos. Y entre ellos se agrega uno nuevo: por primera vez, y quizás por conveniencia narrativa, el vampiro muere con los rayos del sol. Ningún vampiro, antes de 1922, se veía reducido a cenizas con su luz. Ni Drácula, ni el Lord Ruthven de “El Vampiro”, ni muchos otros tenían problema alguno para andar en pleno día. Pero Orlok, en una única demostración de lo que puede hacer el cine, se desvanece poco a poco frente a nuestros ojos.
Los alemanes seguirán experimentando con el monstruo en M o El vampiro de Düsseldorf, de 1931, dirigida por Fritzs Lang. En esta versión, el vampiro ya no es el Conde y, de hecho, tampoco se trata de un ser sobrenatural. Basándose en un hecho real, Lang cuelga los colmillos para contar la historia de Peter Kürten, apodado "El vampiro de Düsseldorf" por su costumbre de beber la sangre de sus víctimas. Además es quizás la primera película con un leitmotiv al uso en el terror: en este caso, el "In the Hall of the Mountain King" que Kürten silva cuando aparece en escena. En la novela de Stoker y en sus adaptaciones, Van Helsing asegura que el poder del vampiro reside en que nadie crea en él. Es eso, más que la hemofilia del personaje histórico, lo que hace al Kürten de Lang un vampiro. El monstruo es un hombre como cualquiera de nosotros. La figura del cazador de vampiros se encarna en un colectivo de lo más variado. En el juicio final por sus crímenes, el monstruo es puesto ante la cámara y nos pregunta, ¿qué derecho tenemos a juzgarlo?
Ese mismo año, Universal Pictures continuará el legado de Stoker e inaugurará un universo monstruoso en el mundo del cine pochoclero. Tras el estreno de Nosferatu, Florence Balcombe descubrió que podía sacar dinero vendiendo los derechos de la ópera magna de su difunto esposo y así aparece la Drácula de Todd Browning. LA película de Drácula por excelencia, encarnado en este caso por Béla Lugosi. Desde entonces, todos los vampiros de la cultura popular tendrán que parecerse a él. Digamos que, salvando las distancias, Lugosi le hizo a Drácula lo que Coca-Cola a Papa Noel. En contraste con el Conde Orlok, Lugosi es más humano y refinado. Ya no es una criatura de la noche sino el galán por antonomasia. Es la primera representación fílmica fiel al vampiro del Romanticismo. Además, la película convirtió en icónicas algunas frases de la novela («yo no bebo… vino»).
Drácula fue una de las tantas propuestas de Universal para revivir a otros monstruos góticos como la criatura de Frankenstein y el Hombre Lobo. La productora es la madre del cine de monstruos. Existe además una versión en castellano de esta película, dirigida por George Melford y protagonizada por Carlos Villarías. En realidad, ambas se grabaron simultáneamente aprovechando los mismos sets. Esta película dura un par de minutos más, principalmente porque el mercado estadounidense tenía estandarizada la duración de las películas y no podían sobrepasar la hora. Pero el tiempo extra no agrega mucho; en definitiva, se trata de la misma película en otro idioma.
Ahora bien, todas estas películas, exceptuando quizás M, reproducen más bien las técnicas de la representación teatral. En 1922, con la Vampyr de Carl Theodor Dreyer, el vampiro protagonizará por fin una cinta exclusivamente cinematográfica. Dreyer toma las riendas del asunto y hace del vampiro una forma fílmica de decir o transmitir algo. Y voy a ser honesto: no estoy muy seguro de qué. Es, también, la primera vez que la historia es protagonizada por una vampireza. De hecho, Vampyr dice ser una adaptación de In a glass darkly, antología de novelas cortas escritas por Joseph Sheridan Le Fanu, entre las que destaca Carmilla. Aunque la historia podría pasar como independiente: es tan libre, como adaptación, que podríamos decir que es, además, el primer vampiro hijo de su película, y ya no un intento por sacar de la tumba un personaje literario. El desarrollo es muy parecido al avance de un sueño; Allan Gray, el personaje principal, se va inmiscuyendo cada vez más en el oscurantismo que rodea a toda una familia, hasta caer él mismo en las garras de una bruja, vampiro o lo que fuera. Sea porque no se entiende, porque efectivamente no dice nada o porque se esperaban galanes chupasangre, Vampyr fue un fracaso en taquilla.
Otra versión del vampiro para las masas es, por ejemplo, The Vampire Bat, de Frank R. Strayer, estrenada en 1933. Esta película explora —y explota— el atributo conocido, desde la Drácula de Universal, de que los vampiros se convierten en murciélagos. —Aunque el conde de Stoker se transformaba en un lobo monstruoso, y aunque los vampiros han estado siempre asociados con criaturas de la noche, en este momento no recuerdo ninguno, antes de Lugosi, que pudiera transformarse en murciélago—. Además, en este filme vuelve Renfield, es decir, Dwight Frye, que interpreta al sirviente del conde en la versión de Browning. Acá, de nuevo, es un desequilibrado mental obsesionado con el monstruo. La película nos plantea todas esas expectativas con referencias a versiones anteriores, sólo para terminar quebrándolas con uno que otro plot twist, especialmente llamativos para los fans de la ciencia ficción., pero no muy ingenioso en general.
Luego de The Vampire Bat, el mismo director seguirá trastocando los tópicos del vampiro en 1935, con Condemned to live. La película presenta, por primera vez, un cazavampiros que resulta ser el monstruo, con una metodología que será conocida para los fans de la franquicia de Blade: el vampiro-cazador es el engendro de una mujer mordida durante el embarazo. Como en muchas de esas futuras obras, el profesor Kristan no sabe de su origen hasta el final de la historia, pierde los recuerdos de sus asesinatos cuando vuelve el día y continúa cazándose a sí mismo, sin saberlo. Lo peor de todo: cuando se arrepiente de sus crímenes, queriendo quitarse la vida, descubre que está condenado a vivir.
Lugosi volvería a convertirse en vampiro también para 1935, en The Mark of the Vampire. Con esta película, también vuelve Tod Browning, luego del fracaso taquillero que fue Freaks de 1932. Ya no se trata de una adaptación de Drácula sino de un remake sonoro de una película perdida del propio Browning. De cualquier forma, Lugosi, con un solo diálogo al final de la película, es un peón más en una enroscada trama de asesinatos que, por alguna razón, termina incluyendo vampiros. El relato gótico se mezcla en esta película con el cuento policial y el vampiro se vuelve solo una complicada puesta teatral para que el asesino convenza a los detectives de que los vampiros existen y son ellos los verdaderos asesinos. Les está diciendo “¿no vieron Drácula, de Tod Browning?, todas esas son las marcas del vampiro”.
En The Return of the Vampire, de 1943, también volvemos a encontrar a Lugosi. Pero no se trata de una secuela de la película de Universal. Esta película, que sigue los pasos de las anteriores pero de forma no oficial, es producida por la competencia: Columbia Pictures ¿De dónde retorna el vampiro, entonces? Eso, en realidad, se responde en la misma obra, que comienza con una especie de prólogo en que el monstruo, el Conde Armond Tesla, es enterrado entre escombros durante la Primera Guerra Mundial. Para la Segunda Guerra, una explosión libera al vampiro y a su asistente: el Hombre Lobo. La película podría ser una adaptación ilegítima en tanto que el vampiro es idéntico excepto por el nombre, pero esta versión incluye algo que no aparece en las anteriores: introduce al vampiro en los problemas de la actualidad, de tal forma que la lucha entre humanos y monstruos reproduce a menor escala la de Aliados contra Alemanes. La literatura fue mucho más abierta en ese sentido, no sólo en la carga social del propio Drácula, sino, por ejemplo, en la crítica a la nobleza rusa que hace la novela corta de Alexei Tolstoi, Upires (1841).
Dead Men Walk, de 1943 y dirigida por Sam Newfield, es otra propuesta en la que el vampiro, en vez de ser un monstruo milenario, es un aficionado al ocultismo que, por medio de conjuros, vuelve de la tumba para vengarse de su asesino: su hermano gemelo. Vampiro y caza-vampiros están interpretados ambos por George Zucco y también reaparece Dwight Frye, otra vez como asistente del monstruo. También habrá brujería en 1945, con The Vampire’s Ghost, película de Lesley Selander que transcurre en la estereotipada aldea africana de Bakunda y que recuerda, mucho más que las interiores, al cuento original de John William Polidori. Hasta ahora, apenas se había salido del Drácula de Stoker. En esta película, como en “El Vampiro”, las víctimas del monstruo viajan por el mundo para escapar de la abrumadora vida urbana y la criatura tiene el poder de hipnotizar al héroe para impedirle revelar su secreto. La diferencia fundamental es que, en este caso, lo que da vida al monstruo es una versión poco rebuscada de la magia voodoo. Curiosamente, no hay ningún fantasma.
Años antes de esa película, a partir de 1936, Universal retomaría las películas de vampiros, aunque sin Lugosi. En ese año estrenan Dracula’s Daughter, secuela que comienza inmediatamente después de la película anterior y es protagonizada por la hija del conde, que vuelve por venganza. Van Helsing es acusado de asesinar a Drácula, lo cual, por supuesto, es cierto, y todos conocemos sus motivos, menos la policía. Tener metido a Van Helsing en problemas nos va a perjudicar a todos nosotros pero permite a la trama avanzar. El mérito de esta película es ser la primera en mostrar el arquetipo de la bella muerta enamorada, que abrirá la puerta a adaptaciones posteriores hasta el hartazgo y que fue tan común en la literatura romántica del Siglo XIX, como en “Deja a los muertos en paz”, de Ernst Raupach, o, justamente, en “La muerta enamorada”, de Theophile Gautier.
En el mismo camino, se estrena en 1943 Son of Dracula, que narra la historia de otro hijo perdido del conde volviendo a tomar venganza. El personaje se hace llamar Conde Alucard, siendo la primera vez en que este juego de palabras aparece en el cine, una costumbre que los vampiros presentan desde Carmilla —ahí, la vampira se hacía llamar también Mircalla y Millarca—. Ni en este caso ni en el anterior sabemos si se trata realmente de hijos biológicos o si es una forma de llamar a las víctimas convertidas por el monstruo.
El famoso conde, ¡por fin!, reaparecerá en una película de Universal con House of Frankenstein de 1944, aunque ya no será Béla Lugosi sino John Carradine. Este es el primero de muchos proyectos de Universal para entremezclar a todos sus monstruos. Resulta que Drácula no se habría vuelto cenizas cuando Van Helsing le clavó la estaca y, sólo porque la extraen, vuelve a la vida. Algo que le habría sido de mucha ayuda al cazador en Dracula’s Daughter. Amenazado de ser estaqueado nuevamente, el conde sigue las órdenes de un nuevo amo e incluso ¡llega a beber vino! Finalmente, es destruido como siempre y así sucede algo curioso: porque la película cambia completamente y sus compañeros, Frankenstein y el Hombre Lobo, no aparecen sino hasta que Drácula vuelve a morir.
Un año más tarde, en House of Dracula, Universal vuelve a intentar unir a todos sus monstruos. En este caso, Drácula, que otra vez es Carradine, llega a la mansión del doctor Edelmann para que lo cure de vampirismo —¿primer caso de sympathetic vampire?—. El científico descree de los monstruos y ese mismo escepticismo lo llevará a su condena. El Hombre Lobo, Larry Talbot, interviene por el mismo motivo: ser curado de su maldición. Por último, sin mucha explicación, Edelmann termina encontrando el cadáver del monstruo de Frankenstein para darle vida otra vez más.
En esta película, por primera vez y de forma no muy satisfactoria, se propone una explicación científica para los monstruos: los vampiros, según Edelmann, tienen un tipo de parásitos en las venas que mantienen vivo al huésped, pero que necesitan sangre para subsistir; aunque eso no explica algunos poderes como la hipnosis o la transformación. No es tampoco el primer caso de “un vampiro verosímil” en la historia; ya en “La buena Lady Ducayne”, relato de 1896, Mary Elizabeth Braddon imagina una vampiresa que recurre a la transfusión sanguínea. El hombre lobo, por su parte, es en la película producto de un trastorno psíquico vinculado a la luna, tan fuerte que logra alterar su propio cuerpo. Al final, Edelmann cura a Talbot ¡operándolo de la cabeza! y no vuelve a transformarse. Para cuando aparece el monstruo de Frankenstein, el Hombre Lobo ya no existe y Drácula nuevamente es asesinado, aunque ahora Edelmann se convierte por accidente en vampiro. Pero es demasiado tarde y, en la última escena, la casa se derrumba sobre el monstruo reanimado, como una especie de metáfora de toda la película, que termina cuando él recién aparece.
El crossover definitivo que unifica a los monstruos aparece en 1948. Se trata de Abbott & Costello meet Frankenstein, película que enfrenta al dúo cómico de Bud Abbott y Lou Costello con los monstruos de Universal. Curiosamente, el doctor Frankenstein es el único que no aparece. Al que encuentran, por lo menos, es a Béla Lugosi, que regresa por última vez para encarnar al Conde Drácula. Abbott & Costello meet Frankenstein quizás inaugura el cine parodia: es la primera en este tono y la primera película que toma elementos del terror para hacerlos intencionalmente cómicos. En la literatura, el humor y la burla ya conocían a los vampiros, mínimo desde 1894. El cuento de Eric Stenbock, “La verdadera historia de un vampiro”, es una abierta, aguda y no muy divertida parodia de Carmilla.
Ahora bien, en esta película pionera, el humor va siempre de la mano de Abbott y Costello, de sus propios personajes interviniendo en una trama descabellada de monstruos. Drácula, Talbot y Junior, como llaman al monstruo de Frankenstein, se interpretan a ellos mismos. No se hacen más torpes o ridículos por aparecer en una comedia. Esta película, sus personajes, sus chistes y sus clichés están al tanto de que se ha hecho todo lo posible por mantener vivo al monstruo. Béla Lugosi no volverá a ser Drácula después de esto. Quizás Charles Barton, el director, pensó que daba fin de una vez y para siempre, que clavaba una estaca en el corazón del cine de vampiros. Qué habría dicho al enterarse de los cientos y cientos de películas que se siguieron haciendo hasta nuestros días.
Apenas un cuarto de siglo parecía haber liquidado el género. Pero todavía faltaban las adaptaciones de Carmilla, que explorarán vampirismo y sexualidad. Aunque las productoras gringas estuvieran ya aburridas del tema, los latinoamericanos y los asiáticos adoptarán al monstruo a partir de los 50’s. Por lo demás, las superproducciones seguirán intentando robar con Drácula en una mezcolanza de cine clase B que experimentará con el humor y con la ciencia ficción. El vampiro tendrá su bum dos o tres veces más, hasta tal punto que, desde los 60’s, la pantalla ve, al menos, un chupasangre por año.
Este artículo es una reescritura de un video que hice hace algunos años. En aquel momento, llevaba una página de facebook (!) en la que escribía breves prólogos sobre todas las películas de vampiros habidas y por haber. A partir de los años 60’s, luego de la aparición de Hammer Films y la universalización del tópico, se hace humanamente insostenible ver cada una de las películas que salen por año. Muchas de ellas son, por supuesto, pésimas.
Considero que el tópico de los vampiros, como el de otras criaturas imaginarias y, al mismo tiempo, el cuento fantástico, es una de mis especialidades. De aquel proyecto quedó al menos esta investigación, que recopila el pasaje del monstruo de un medio al otro.
MIS LECTURAS:
Ahora mismo, me estoy dedicando a releer cuentos de Augusto Roa Bastos. Encontré al menos una historia de vampiros, escrita en clave de Realismo Social y que transcurre en el monte paraguayo: “El Karuguá”. Se trata de una extraña reinterpretación del relato gótico, en el que el vampiro es un veterano de guerra, corrompido por la religión, y el castillo es una choza de madera y adobe hundiéndose en el pantano. Otro excelente cuento que mezcla superstición con el horror del chaco es “La tumba viva” —ya un clásico—. De otro autor estéticamente cercano, un relato que por más realista y crudo que sea, no es menos un cuento de terror: “El Malo”, de Juan Gil Gilbert.