Un cuento fantástico dado vuelta, un crimen y la memoria de un amigo
Cómo funciona “El perjurio de la nieve”, de Adolfo Bioy Casares
La realidad (como las grandes ciudades) se ha extendido y se ha ramificado en los últimos años. Esto ha influido en el tiempo: el pasado se aleja con inexorable rapidez.
La lectura de Bioy Casares implica un pacto que a mí por lo menos me parece fascinante. Armate de paciencia y esperá, que todo esto que parece complicado y enroscado desembocará en algo bello por su simpleza. El suyo es un modo de hacer elegante —quizás demasiado elegante— las premisas socarronas e impactantes de los weird tales. Los personajes de sus ficciones, por sus mismos vicios e inseguridades humanas, son los que se terminan inmiscuyendo en historias de ilusiones, fantasmas, demonios ambiguos o artilugios mecánicos impensables. Muchas veces porque, detrás de esos prodigios, hay algún alma más oscura aún que la del propio protagonista.
Dice Joaquín Melnik, mi experto en Bioy Casares de confianza:
«Las obras fantásticas de Bioy presentan un mundo donde cada personaje recibe una recompensa que se ajusta a su desempeño en la trama, a pesar de su exageración sobrenatural. En “La sierva ajena”, un enamorado entiende que lo mejor es alejarse de quien ama a riesgo de verse reducido en la relación, en “La trama celeste”, un piloto prófugo logra evadirse al extremo de los problemas que le persiguen huyendo hacia una realidad paralela, y en “El perjurio de la nieve”, un lector atento descubre la fina mentira de un escritor de un relato fantástico»
De esa serie quizás uno de los más logrados —sin entrar en el debate de si es una novela corta o un cuento largo— sea “El perjurio de la nieve”. Al menos en relación riesgo-calidad: la trama complejizada hasta el límite, con secretos de familia y relatos enmarcados, se resume en una graciosa afrenta personal entre escritores menores. La animosidad entre los protagonistas sobrevuela el texto y apenas está más develada que el misterio principal, sobre el cual hace eje el relato: alguien muere en una habitación cerrada. Luego, el presunto culpable sufre la venganza. Lejos de caer en lugares comunes, Bioy elabora para el crimen un juego intrincado que se tambalea entre diferentes tradiciones. Pero el asunto se vuelve tan complejo que contarlo, sin revelar antes de tiempo lo fundamental —es decir, sin construir una mirada artificiosa—, se hace casi imposible.
Según el propio Bioy, tardó once años en escribir el cuento, hasta que el desarrollo le vino a la mente en un rapto de inspiración. La solución con que dispone “El perjurio de la nieve” es un refinado aparato de enunciación. El relato tiene tres niveles, uno de los cuales está repleto de agujeros. En un principio, leemos la presentación de lo que será el relato en sí. Esas palabras preliminares están firmadas por un sospechoso “A.B.C”, pero la posible ambigüedad ficción-realidad se desanuda a las pocas páginas: no se trata de Bioy sino de una especie de alter ego: Alfonso Berger Cárdenas, amigo íntimo del protagonista de la historia, el poeta menor Carlos Oribe. Su voz vuelve a aparecer al final del relato, imponiéndose como narrador último de la historia.
El segundo nivel es el del manuscrito hallado de Javier Villafañe. Es decir, el que Cárdenas presenta. En él narra su encuentro con Oribe en algún hotel de la Patagonia, aunque podría ser cualquier lugar del mundo salvo por un detalle: la nieve. Las impresiones de Villafañe sobre el poeta serán compartidas por Cárdenas —aunque luego difieren en otros asuntos fundamentales—: la estética de Oribe es el plagio, su talento es menos el de un versificador que el de un imitador, título que lleva con orgullo. También nos cuenta sobre La Adela, misteriosa quinta del danés Luis Vermehren, en la que desde hace año y medio nadie entra ni sale. Por lo menos hasta que la muerte de una de sus hijas termine con la prohibición. Sólo desde las palabras de Villafañe nos acercamos al crimen y de ahí al tercer nivel del relato: la historia que este narrador reconstruye, ejerciendo el papel de investigador. Todo bajo una misma sospecha: hay un vínculo entre la muerte y Oribe.
Esa última instancia aparece en modo de testimonios, descubrimientos y conjeturas. Concretamente, son tres los relatos fundamentales que se le desvelan a Villafañe: 1) el secreto de La Adela. Recomendado por su médico de confianza, Vermehren lleva a cabo un experimento para alejar a su hija, víctima de una enfermedad terminal, de la muerte; se trata de repetir con meticulosidad un mismo día, negar el paso del tiempo, impedir el cambio. 2) La intervención de Oribe, quien supuestamente logra inmiscuirse en la casa para pasar una noche con la hija enferma —eso lo narra con orgullo el propio Oribe—. Esa novedad quiebra el encanto, el tiempo reanuda su paso y la muchacha muere —éstas son deducciones de Villafañe—. 3) El asesinato de Oribe. Vermehren cree descubrir que Oribe es el culpable (porque se mueve en su casa como si ya la conociera) y lo asesina. Este relato se lo cuenta a Villafañe ya desde la prisión.
Bioy mezcla, en este desarrollo, dos tradiciones a simple vista incompatibles: el cuento fantástico y el policial. Para empezar, porque usa la estructura del cuento de enigma para narrar lo fantástico desde una investigación. A través de Villafañe descubrimos lo sucedido y, a través de Cárdenas, a Villafañe. Villafañe se pone a sí mismo en el lugar testimonial, imparcial, del detective, que no participa sino que simplemente explica. Cárdenas, como veremos más adelante, no está tan seguro de eso. Pero además, volviendo al carácter híbrido del relato, “El perjurio en la nieve” usa lo “sobrenatural” para que ocurra el crimen.
De hecho, lo que está haciendo es invertir la estructura de un cuento fantástico. Mientras que el modelo clásico la cotidianeidad se ve interrumpida por un hecho extraordinario, acá la rutina extraordinaria de la familia Vermehren es interrumpida por el ámbito de lo ordinario. Hay una supresión de la Fantasía que se vive como una afrenta: la vuelta al a realidad es lo que mata a la muchacha y lo que motiva la venganza.
Ahora bien, como adelanté, Cárdenas ejerce su lugar como voz compiladora —por algo se la incluye en el relato— y se permite poner en duda, e incluso desmentir, a Villafañe. En última instancia, es él el verdadero detective, oficio que ejerce desde su lugar como mero lector. No es un investigador activo, como su contraparte en el relato, sino un teórico por excelencia cuya única motivación es limpiar la memoria de su amigo, pero que no ha tenido ningún otro vínculo práctico con el crimen —Bioy reutilizará este principio junto a Borges, en los cuentos que escriben bajo el seudónimo de Bustos Domecq: el “detective” Isidoro Parodi, que está preso, resuelve los enigmas sin abandonar su celda.
Es decir: mientras que la relación entre el segundo nivel del relato (el testimonio de Villafañe) y el tercer nivel del relato (los testimonios recopilados por Villafañe) es de por sí problemática (uno es una reconstrucción dentro del otro), Cárdenas directamente niega ese tercer nivel. Por lo menos, lo que refiere a la participación de Oribe. Deduce así que todo ese testimonio no es sino una puesta en escena diseñada por Villafañe, el verdadero culpable. Esto lo descubre por dos o tres elementos del relato:
1) Oribe no pudo acercarse a La Adela porque tiene un miedo irrefrenable a los perros, sistema de seguridad de Vermehren.
2) Oribe, que es un imitador, no puede hacer nada por su cuenta —como poeta puro, se aleja de la vida—. Si él llegó a contar que estuvo en La Adela, es simplemente porque logró sonsacarle el relato a Villafañe, en plena borrachera, y hacerlo propio.
3) Hay un detalle menor que quizás pasaría desapercibido si no fuera por el título. En algún momento de su relato, a Villafañe se le escapa decir que volvió con los zapatos mugrosos de nieve, mientras que los de Oribe estaban limpios. Este indicio propio de Sherlock Holmes —así más o menos comienza “Escándalo en Bohemia”— es el que lleva a concluir a Cárdenas que Oribe nunca avanzó hacia La Adela, lo que si pudo haber hecho Villafañe.
La investigación que conforma el relato enmarcado sería así la constatación del criminal de que su artilugio ha funcionado a la perfección. Cárdenas, sin embargo, no abusa de su posición privilegiada (es, literalmente, a quien Bioy le da la última palabra) y advierte al lector que su interpretación no tiene por qué ser más creíble que la propuesta de Villafañe. De tal modo, aunque su inclusión parezca en principio un elemento ordenador, no tenemos por qué creerle. No anula la ambigüedad sino que la restablece. Pese a que, por varios motivos, creo que cualquier lector está inclinado a tomarle la palabra a Cárdenas, hay un interés puesto en el texto por mantener esa falta de resolución.
El problema que enfrentó Bioy no fue revelar o no revelar la sorpresa. El asunto era elaborar un punto de vista creíble, que no divagara entre los secretos de cada personaje y que por lo tanto propusiera la historia como unidad. Su dificultad fue el juego colaborativo entre fantástico y policial, contar uno con las reglas del otro. Lo que es un poco una síntesis de su poética. En palabras de Melnik: «las obras de Bioy no buscan representar un mundo donde lo fantástico es azaroso, único y por eso admirable». Por eso, para conseguir que el relato tuviera los dos elementos de género, tuvo que desarrollar la investigación de Viallafañe con meticulosidad. Todo ello sin que afloraran sus más que obvios prejuicios sobre Oribe. Salvo, por supuesto, para el lector atento.
Este NewsLetter está motivado únicamente por mis ganas de hablar de literatura. Mi propósito no es hacer gacetillas ni contratapas. Lo que me interesa es la literatura como trabajo mecánico. En el sentido de poder desentrañar cómo es que un objeto funciona, cómo se comporta.
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