Con las manos manchadas de narrar en presente
Cómo funciona "Salsa Carina" de Claudia Piñeiro.
Por norma general, desconfío de las narraciones en presente. César Aira, quien sin embargo también las usa, las acusa de reproducir un modo de consumo propio de las nuevas generaciones. Todo tiene que ser ahora, rápido, inmediato. Parcialmente estoy de acuerdo, pero no soy tan apocalíptico. Mi problema, con los usos “irresponsables” del presente, es que, partiendo de que todos los cuentos comienzan, al fin y al cabo, con una variación del “había una vez”, y de que todos los lectores tenemos, sin saberlo, esa fórmula como parámetro, pienso que cualquier desviación es un obstáculo y, como tal, debe estar justificado. La literatura complicada por hobby, sin compromiso con el texto, me parece aburrida. Entonces, por ejemplo, el presente es una transgresión necesaria cuando en el relato se confrontan dos tiempos. Un tiempo cero, presente, y un pasado. Hay una exigencia en las normas del propio texto que obligan, no al “autor”, sino al lenguaje, a usar el presente. Un caso que me parece ejemplar es el de “Salsa Carina”, un cuento de Claudia Piñeiro sobre el cual, sin embargo, no se puede decir que la presentación en presente sea lo único complicado.
La primera oración del cuento es “Se detiene frente a la góndola de conservas”. De por sí es un comienzo poco amigable. En la lógica que el idioma nos presenta, el verbo nos indica qué se está contando, mientras que su sujeto es el tema del que se está hablando. ¿Cuál es el tema en este caso? Para hallarlo, hay que hacer un trabajo detectivesco, sobre el verbo, que anticipa el carácter policial del relato. Este cuento no habría funcionado en inglés. “Se detiene” son dos pistas que nos están hablando de alguien que no sos vos ni soy yo —una “tercera persona”—. Eso es todo. Pero la bastedad de cosas que no es ninguno de nosotros es infinita; para solucionarlo, el lenguaje enarbola los sustantivos. En este caso, podemos deducir que, quien se detiene, es una mujer y que se llama Carina, pero es una corazonada a la que nos lleva el título, más allá de que, en el desarrollo, se nos confirme que así es. El sujeto de la oración, que no es otro que la protagonista del cuento, se nos oculta. En su lugar, cuando buscamos el sustantivo, encontramos una banal “góndola de conservas”.
Es una imagen casi fotográfica. No cinematográfica, porque es estática. Una figura, presumiblemente una mujer, de espaldas a nosotros —la cámara— y frente a la inmensidad de una góndola de supermercado. Si, por el título, la mujer es Carina, las conservas son, claro está, puré de tomate. Una mujer frente a un mural enrojecido del que ni ella ni el cuento —su mirada, descubriremos más tarde, es la misma— quieren sacarle los ojos de encima. Cuando el relato se hace insostenible, reaparecen escenas en pasado. Ahí es donde el presente tiene una función organizativa, para diferenciar dos tiempos distintos. Nos enteramos de que ella, que efectivamente es Carina, entre banalidades de la vida cotidiana, termina discutiendo con el marido. Finalmente, lo asesina. Ahora —en el presente del cuento— tiene el cadáver en el baúl del auto. La historia es sumamente interesante, ¿quién quiere leer sobre una mujer haciendo compras si hay un cuerpo en el baúl? Como inicio, la primera oración es pésima para contar la historia, justamente, porque nos desvía de ella.
Al final, incluso en este cuento, decididamente narrado en presente, el tiempo verbal no está para facilitarnos las cosas, para decir “así también se puede contar”, sino todo lo opuesto. En “Salsa Carina”, la complicación, el obstáculo, es el principio narrativo. El presente es el tiempo ajeno al cuento. Un momento al que la protagonista quiere aferrarse porque el pasado implica su crimen. Una trasgresión que la perseguirá hasta reaparecer como en “El corazón delator” hacia el final del cuento. Pero ese pasado, que es el cuento, es el que hace insostenible —a la vez que motiva— la focalización en un objeto insignificante, que no es ella, pero la condena en una doble asociación. Su propia persona, cargada de culpa, se nos oculta; en cambio, se nos insiste con el puré de tomate. Por eso, la elección de las “latas de conservas” no es arbitrario. Primero, porque se trata de un líquido rojo, oscuro y viscoso, que nos remite, sin transición, a la escena de violencia. Segundo, porque, desde la pauta que nos da el título mismo, el tomate la representa a ella misma, con todas sus virtudes y excesos —”Salsa Carina” es su receta especial, en la protocolar vida familiar que ella misma anuló—. Como los latidos, espectrales o imaginarios, de Poe, las “conservas” llevan a Carina, al final del relato, a declararse culpable ante un oficial de seguridad que, podemos sospechar, nada sabía del fiambre en el baúl. Encadenando, por primera vez, el pasado oculto, que se va revelando de a poco, y el presente obtuso al que el cuento se aferra para mantener, alevosamente, su secreto.
[El cuento está publicado en Quién no (Alfaguara)]