Policías que escriben cuentos policiales
De la experiencia a la ficción. Cinco autores argentinos que fueron a la vez hombres de la ley y de las letras.
En general, la crítica literaria divide el cuento policial en dos grupos: el policial clásico —inglés, de deducción, al modo de Sherlock Holmes— y el policial negro —la novela negra, de influencia estadounidense, al modo de Raymond Chandler—. Y en general se está de acuerdo en que las dos corrientes coinciden en algo: cuestionar la autoridad policial o, directamente, denunciar su inoperancia.
Desde el viejo C. August Dupin —el primero de todos, un invento de Edgar Allan Poe—, el detective privado es justamente lo opuesto al oficial de policía. Es un civil que se mueve solo, bajo sus propias reglas y con sus propios motivos —para Dupin o Sherlock no hay otro motivo que el aburrimiento; Marlowe, el detective de Chandler, en cambio, quizás trabaje por dinero—. Y en esos términos, son siempre ellos, y no la policía, los que resuelven el crimen.
Ya sea con casos de mera ineptitud jocosa o de una abierta corrupción, el relato detectivesco fue el sostén ideal para cuestionar a los supuestos vigilantes y guardianes del orden urbano. Muchas veces, las inseguridades y la desconfianza de la sociedad moderna se encontraron reflejadas en el género. Pero existe también el curioso caso contrario: los cuentos policiales escritos por oficiales de policía.
Por supuesto que ya Dashiell Hammett, otro de los popes de la novela negra, ejerció como detective privado y usó esa experiencia para su narrativa —y para dar vida a su Sam Spade—. Pero yo me refiero a policías reales que, comprometidos con sus ideales —ingenuos o no— usaron el cuento policial desde su propia profesión. Policías que escriben cuentos policiales.
El resultado es, en los casos que comparto hoy, de no muy alto vuelto, aunque interesante de todas formas. Entre la prolífica colección de relatos de Editorial Plus Ultra figuran los curiosos 24 cuentos policiales argentinos. Una selección de cinco autores —Félix Carrasco, Plácido R. Donato, Héctor V. Morel, Evaristo M. Urricelqui y Eugenio J. Zappietro—, todos ellos al mismo tiempo agentes y ávidos lectores.
En la mayoría de estos relatos, el que hace de detective es un oficial de policía, un comisario, un inspector o cualquiera de ellos retirado. Pero también hay relatos en los que no hay hombres de ley, puras historias de crimen. Eso lleva a la antología a tambalearse entre cierto conservadurismo —o cierta reserva— y una ambigüedad moral crítica.
A veces, entre los cuentos de carácter conservador, la inseguridad y la desconfianza propias del cuento policial recaen en el pobre. “La casa de mármol”, de Donato, es una historia de resentimiento y venganza de los desposeídos hacia los inocentes ricachones. En “El cumpleaños”, de Morel, un cura villero cae en la desesperanza por la ingratitud de la gente del hampa.
Cuentos como “Telenovela”, de Carrasco —una mujer mata a su marido inspirado por el argumento de un radioteatro— o “Sombra y final”, de Morel —una especie de gángster que huye herido y se refugia en un galponcito, protegido por la complicidad de un niño— narran meramente episodios de crimen. El asesinato aparece al final y no en un pasado que debe desentrañarse. El protagonista/criminal de “¿Perfecto?”, otro cuento de Morel, se mueve entre policías pero también entre escritores de cuentos policiales.
“Life vest under your seat”, de Carrasco, “¡Muere Berardi!”, de Morel, o “Los novios”, de Urricelqui, son en cambio cuentos de trama detectivesca pura, al modo inglés. Los policías/detectives son genios deductivos que llegan a conclusiones a la vez alocadas y certeras. En el primer caso —el cuento de Carrasco—, gracias a la convincente descripción de la trayectoria de una bala.
Aparecen agentes de la ley un poco desviados, sobre todo en los relatos de Carrasco. En “La larga mano” se desliza, sin mencionarse abiertamente, su corrupción. Aunque Carrasco se cuida de no usar oficiales argentinos. En Morel hay oficiales incorruptibles y heróicos, pero no se disimula el goce que les produce el poder. “Cuando llegue la aurora”, de este último autor, es una semblanza heroica de cómo el trabajo policial puede ayudar a una prostituta a encaminar su vida.
Quizás los oficiales más interesantes sean los de Zappietro. Casi todos sus cuentos seleccionados, menos “Mala suerte”, son cuentos de policías en acción. Aunque genios teóricos y grandes observadores —textualmente se los asocia a todos ellos con entomólogos—, ponen también el cuerpo en su trabajo. Tanto así que el inspector Larraz, protagonista de “El atentado”, se deja disparar en el hombro para calcular así la posición del criminal escondido.
Tanto “El futuro envasado”, de Carrasco, como “El viejo”, de Donato, son en realidad cuentos fantásticos con final trágico. De modo que técnicamente hay 22 cuentos policiales.
Al menos un texto de cada autor se hace problemas con el punto de vista. Algunos otros, pecan de pretender un final sorpresivo con un giro que ni está anunciado ni tiene relación con lo que se venía contando. Compensan los vicios de sus plumas con algunos episodios de violencia o de intriga bien construidos, ingeniosos y atrapantes. Otro de sus fuertes es el profundo conocimiento que comparten todos ellos sobre balística y procedimientos legales.
Los cuentos de Donato —el que alcanzó mayor éxito— son los que menos me gustaron. Me resultaron artificiosos y de tramas innecesariamente enroscadas —son demasiados los elementos que intervienen para que las historias funcionen hasta ahí nomás—. Aunque la presentación que precede sus textos pone en valor la construcción que Donato hace de los policías, no se seleccionó ningún cuento con policías. Quizás se trate, al fin y al cabo, de una mala selección.
Y de todos ellos, el que me parece que mejor escribe es Carrasco. También parece ser el que menos repercusión tuvo —o bien, al tener un nombre mucho más genérico que los otros, del que más difícil es encontrar información—. Sus cuentos no aspiran a grandes cosas, pero ése es su mérito. Recuerdan al formato Pulp norteamericano: no pierde el tiempo en decorar su lenguaje ni sus tramas.
“Sombra y final”, de Morel, es acaso el cuento más logrado y el más memorable de la antología. Relato de serie negra con todas las letras. Conjuga el crimen organizado y sus códigos con la inocencia infantil. En este texto no hay policías y el prófugo se sale con las suyas. También está meticulosamente armado, aunque es cierto que al final se precipita.
La posibilidad de esta obra hoy es impensable. No por la casi necesaria oposición entre policías y cultura de la actualidad, sino porque estos agentes de la ley construyeron su carrera literaria en pequeñas publicaciones de diarios y revistas. Luego llegarían para casi todos ellos ofertas como guionistas de radio y televisión, a medida que sus novelas de género se hacían exitosas entre los lectores argentinos.
Un sistema literario popular vinculado con la cultura de masas. Ediciones baratas de calidad literaria no muy envidiable. De escritores —mal que mal— laburantes. Para un público que estaba dispuesto a leer novelas escritas por cualquiera siempre y cuando fueran entretenidas. Todo un circuito que existió al margen de los grandes nombres recordados —y refinados— de la literatura argentina y que hoy parece imposible.
En fin.
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Debe ser un poco irónico que, a lo mejor, algunos policías encontraron su vocación leyendo a Chandler o a Hammett. el título me atrapó de golpe, porque nunca me había puesto a pensar en policías escribiendo policiales. Buscaré a los autores que mencionas y trataré de darles una leída para comentar con conocimiento de causa lo que pones aquí. Gracias por el aporte.