Contiene spoilers.
Me leí dos veces Nadar de noche, el libro de cuentos de Juan Forn. No porque me gustara mucho, sino todo lo opuesto. Forn era un grande y todos hablan bien de él. Mariano Quirós —de quien soy fan— lo cita entre sus referentes. Así que busqué: algo tenía que haber que yo me perdía, algo que yo no sabía apreciar. No encontré nada y tampoco sé por qué no me gustó. Tiempo después me dijeron que lo que hay que leer de Forn son sus columnas de los viernes en Página/12 —recopiladas bajo el título El hombre que fue viernes.
Ahora bien, hay un cuento de Forn, uno solo, que me parece fascinante. Estoy sorprendido —no de Forn, sino de mí—. “Memorándum Almazán” me parece un cuento impecable, casi perfectamente armado. La manera en que Forn sortea las dificultades planteadas por el enredo que él mismo se propuso merece ser comentada. Y cualquiera que pretenda escribir cuentos debería prestarle atención.
Lamentablemente, no hay manera de hablar del texto sin revelar el giro final, el secreto guardado a lo largo de las páginas. Que cuente este prólogo tramposo como una forma de “charlar sobre un cuento que leímos todos” y, como no quiero arruinarles el único cuento de Juan Forn que me gusta, les invito a leerlo por su cuenta para poder formar parte de esta charla. Si no, queda hecha la advertencia.
Porque el cuento se sostiene en esa intriga, en ese desconocimiento —primer procedimiento: cómo ocultar lo que realmente se está contando—. En muchos otros casos, el final sorpresivo está sobrevalorado —Luciano Lamberti llama a este truco, con sospecha, “plop”—. O peor: directamente está mal logrado. Si el giro de tuerca funciona, entonces el lector se sorprende por el procedimiento, no por “lo que ahora sabe” —lo que, de cualquier forma, es ilusorio.
En “Memorándum Almazán”, el efecto de sentido que se consigue ocultando un dato —que, para variar, el narrador conoce de antemano— es fundamental y funcional al relato. Una vez que terminamos de leerlo , ya sabemos que podemos resumir el cuento con la siguiente oración: “un chileno se hace pasar por excombatiente de Malvinas”.
Eso ya como chiste, como anécdota, como consigna, es fenomenal. Es una propuesta “con alta narratividad”, es decir: que invita a ser narrada. Pero, por supuesto, quien se familiarice con la forma cuento sabe que con la anécdota no alcanza. Para contarla, Forn convierte la historia en otra cosa: “un funcionario de la embajada Argentina —en Chile— que le hace gancho, sin saberlo, a un supuesto excombatiente que en realidad es un chileno”. Mucho más complicado de contar.
No es un relato de impostores un tanto ingenuo que se sostiene por la tensión del supuesto Almazán entre la verdad y su mentira, para lo cual ocultar el final sería una deshonestidad absoluta. En su lugar, como si a Forn se le hubiera metido en la cabeza que quería un giro sorpresivo, lo que le interesa al narrador es el desenvolvimiento mental de Aranguren. El cuento es una indagación psicológica y por eso —porque reconstruye los hechos parte por parte— ve la oportunidad de usar la sorpresa. Cuando releemos, vemos que estaba anunciada desde el principio.
La voz narrativa de este cuento es un caso curioso. Los escolares se verán forzados a decir que “el relato tiene un narrador en 1ra persona”, porque el que cuenta forma parte del universo de la historia, usa la primera persona y conoce a Aranguren. De hecho, es su compañero de trabajo, equivalente en jerarquía; no es el ente abstracto de los narradores omniscientes. Todo eso es cierto. Pero su incidencia en la historia es nula.
Ni siquiera podemos decir que sea un testigo, porque si hubiera visto lo fundamental del asunto, no tendría que preguntarle nada a Aranguren. En realidad, tenemos un narrador que está adentro del relato, pero que no participa en la historia —espectacular—. ¿Pero por qué? El cuento lo exige de esta forma porque necesita una especie de detective-periodista, un observador parcial, que a la vez tenga información suficiente para organizar la historia pero al que aún se le escapen los misterios en la mente de Aranguren.
Ese narrador no quiere saber qué pasó con el impostor, sino qué sucede en la cabeza de su compañero. Ya conoce el desenlace y, en ningún momento, si releemos el cuento, lo vamos a encontrar confirmando que ese Almazán fuera un verdadero excombatiente. Su discurso está matizado por “supuestos” y comillas.
La conclusión precipitada de que el caso Almazán es real, de hecho, es nuestra. Los lectores, como Aranguren, no ponemos en duda que el texto habla de Malvinas, aunque pasen diez páginas sin que se las nombre —hasta entonces, apenas se las llama “islas”—. Es una versión en miniatura de lo que sucede en Los Pichiciegos, de Fogwill. Aunque en ese otro caso nuestras sospechas son confirmadas. Acá, en “Memorándum Almazán”, somos engañados.
Es excelente: Juan Forn nos hizo creer que un chileno nos hizo creer que era un excombatiente.
La compleja situación de enunciación que el cuento construye para funcionar propone entonces dos momentos. Primero, la historia en sí (un funcionario de la embajada Argentina —en Chile— que le hace gancho, sin saberlo, a un supuesto excombatiente que en realidad es un chileno). Segundo, la indagación. Para diferenciarlos, el narrador no teme en repetir “aquella noche en Lima” cada vez que se mueve hacia adelante, hacia el momento en que se entrevista con Aranguren —que ya no está en Chile, por supuesto.
Al final, la víctima del engaño ve su mundo destruido. No sólo porque lo invitan a irse de la embajada, sino porque contrasta sus proyectos y su ideal de ascenso político con la mera farsa, y la farsa gana. En el relato, hasta ahí, sucedieron demasiadas cosas para nuestras pobres mentes agotadas, pero Forn lo estira aún más, proponiendo cómo seguirá la historia.
No hacía falta: el narrador se pregunta, en el último párrafo, de manera un tanto ambigua —como si Forn mismo hubiera dudado—, si Aranguren no habría guardado cierta daga —que perteneció realmente al verdadero ejército argentino y que de alguna forma llegó a las manos del falso Almazán y que se presentó minuciosamente en el cuento— para elaborar su venganza.
Por qué. Por qué.
Este NewsLetter está motivado únicamente por mis ganas de hablar de literatura. Mi propósito no es hacer gacetillas ni contratapas. Lo que me interesa es la literatura como trabajo mecánico. En el sentido de poder desentrañar cómo es que un objeto funciona, cómo se comporta.
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Leí, para un taller su cuento NADA DE NOCHE, fue suficiente para no querer leer de él nada nunca más. Pero SOBRE él me resulta interesante.