Las Correcciones, de Jonathan Franzen
Reseña. ¿Vale la pena leer una novela a la que le sobran palabras? Más aún, ¿vale la pena sacrificar el efecto, la intensidad y el hilo del discurso, para hacer una novela que esté viva?
Es difícil tomar la decisión de arrancar un libro largo. Cuando vemos más de 400 páginas, se despierta en nosotros un desaforado miedo al compromiso. Eso es ya una relación seria con un libro, que no va a tener garantías de nada hasta la página 150 como mínimo. Por qué empezar una novela del tamaño de Las correcciones habiendo tantas otras cosas que podríamos leer en ese tiempo. Voy a ser honesto, elegí leer a Franzen, en gran parte, porque comparto con él la pasión por mirar pájaros.
Fue una especie de gesto de “leer a los amigos”. Una forma de aprovechar a un autor con el que tengo más cosas en común que sólo la literatura. La novela no va de aves en lo más mínimo, por cierto. Ya había leído unos cuantos artículos suyos —en muchos de los cuales, le aflora lo birdwatcher—, y también aquellos son muy largos. Podríamos decir que Franzen no tiene facultades para la síntesis. En parte es cierto, y esto cuenta como una advertencia. Pero también hay que reconocer que no sé hasta dónde le sobran palabras. Franzen no escribe sintético, como otros norteamericanos minimalistas —es evidente—, pero tampoco adhiere palabras como un intento posmodernista de hacer una novela artificialmente interminable —como La broma infinita de David Foster Wallace—. De hecho, como narrador, es más bien conservador.
Cuando ya iba 300 páginas del libro —tengo que confesar—, dudé de si valía la pena terminarlo. Como para darle otra chance, consulté opiniones en Internet y descubrí una clave de lectura que se me estaba pasando por alto. Varios críticos coinciden en que Franzen, quizás por su sencillez y su extensión, está influenciado por los rusos. Como Dostoievski o como Tolstoi, Franzen escribe en tercera personas, sin giros, sin intentar nada nuevo. Lo más arriesgado que hace es que su voz narrativa hable y opine como sus personajes; esto es, usa el discurso indirecto libre.
Cuando me di cuenta de esto, pude aprovecharlo como clave de lectura: a Franzen hay que leerlo como si fuera ruso. Como ellos, forma parte de una estética de la extensión. Una escuela cuyo procedimiento principal es “siempre se puede decir esto con más palabras”. Entonces, se empiezan a aceptar sus divagaciones, las explicaciones de sus personajes y el recuento pormenorizado de episodios.
Más aún, Las correcciones es, en esencia, una reescritura de Los hermanos Karamazov. Tres hermanos —la descendencia Lambert, Gary, Chip y Denise— tienen la responsabilidad de juntarse con su decadente padre por última vez, aunque todos prefieren no hacerlo. No hay parricidio en la novela de Franzen, pero sus personajes no dejan de portarse como parricidas. La diferencia con Dostoievski, en todo caso, está en que ya no es la historia de los hermanos, sino del propio padre. Él, Alfred Lambert, en pleno descenso a la senilidad, víctima del Parkinson, sabe que tiene una pregunta para sus hijos, algo que debería haberles dicho hace mucho. Pero cada vez que está por decirlo, lo olvida.
La otra víctima del “asesinato a los padres” en la novela es Enid, la madre. La tensión principal del relato está menos en los tres hijos que en la relación entre Enid y Alfred. La que desea que sus hijos aparezcan para Navidad es ella, aunque cree que lo pide en nombre de su esposo. En resumen, este montón de páginas va sobre una pareja de ancianos. Los problemas de Enid parecen insignificantes frente a los de Alfred, de modo que, por momentos, ni ella misma recuerda que los tiene. Ése es el juego.
Ahora bien, la novela parece hacer un esfuerzo para desprenderse lo más rápido posible de estos conflictos y episodios medianamente interesantes. Aun aunque, claramente, es ahí donde está su fuerte. Entre los debacles de locura de Alfred o de Enid, la novela se detiene en los problemas y los mundos de sus hijos, por no decir en los de otros personajes que no parecen importar en lo más mínimo.
Pero esto también es muy ruso: no importa la trama. O, más bien, la tensión no está en la trama. Sino en una serie de discusiones, pormenorizadas, en las que diferentes modos de entender el mundo se exponen a través de los personajes. Por eso por momentos —fácil pueden pasar cien páginas sin volver a los viejos—, la novela parece descarrilarse. Esto no justifica sus tropiezos de ritmo, sin embargo, ante la falta de una trama fuerte, el relato se construye a partir de esas tensiones emocionales e ideológicas.
Eso implica revolver en la vida de los hijos Lambert y en lo que cada uno tiene que decir, por más superficial que parezca. Uno de los lugares en los que cae Las correcciones, por ejemplo, es el de que los yanquis, según las ficciones norteamericanas, no tienen empleos de verdad. O eso parece. Todos tienen puestos importantes, jerárquicos, que dependen de una serie de personas mediocres en puestos menores, cuyas historias no importan en lo más mínimo. Sólo Alfred, ex empleado ferroviario, representa esa otra realidad. Por lo demás, ¿no existen los mecánicos, los ferreteros, los albañiles?
De ese modo, el resto de las historias que construyen la novela se enfrenta con esa vida terrenal y simple de Alfred y Enid. Y para llevarlo a cabo, para lograr ese contraste, muchas veces el libro tiene que detenerse en caminos que nos desvían del principal. Sentí especialmente pesado el asunto de Gary Lambert con respecto a las finanzas de Alfred, por ejemplo. Las idas y venidas románticas de Denise se apocan frente al problema mayor y todo el tiempo parece ser injusta con sus padres. También puede resultar fuera de lugar el viaje que Chip realiza, un poco contra su voluntad, a Lituania.
Así como los largos diálogos de sobremesa o los sermones en Los hermanos Karamazov, estas digresiones no tienen otra función más que poner en conflicto a los personajes. Cada uno es un modo de pensar y de vivir, que compite con los demás y que se puede manifestar, casi exclusivamente, en los diálogos. En el contexto fuertemente realista de Las correcciones, el asunto bélico en que se ve inmiscuido Chip tiene la apariencia de un cuento descuartizado y mezclado a la fuerza entre los párrafos de una novela. En realidad, esa excusa —quizás sobredimensionada, es cierto—, le permite al narrador contarnos que «sorprendió mucho a Chip la similitud que percibía, en términos generales, entre el mercado negro de Lituana y el mercado libre de los Estados Unidos».
Hay ahí una línea firme que se sigue en el avance de obra. En su modo de ser, norteamericana al hartazgo, elabora el camino de una reflexión “anti-sueño americano”. En sus propias palabras, el proyecto de Franzen era darle “relevancia social” a la novela. Con toda esa voluntad realista, Las correcciones destaca por su ímpetu narrativo: lo que importa es contar. Cualquier digresión será tomada. Lo cual implica, muchas veces, renunciar a las cosas a primera vista importantes para la trama. Es un sacrificio costoso, porque justamente se está renunciando al argumento, al avance de la historia, para garantizar la complejidad del aspecto ideológico de sus personajes. Ahora bien, cuando se ponen todos estos episodios virtualmente aislados, juntos, la novela cobra sentido sin salirse nunca de “la historia de una pareja de ancianos”.
Es un consumo devastador el que está destruyendo a la Lituania de la novela, una nación en crisis. No podemos evitar preguntarnos por qué nos está contando esto. Pero resulta que la mente de todos los personajes funciona así, como “naciones en crisis”. Aisladas e imposibilitadas de comunicarse unas con otras. Todos los Lambert son depresivos. Y ante eso, además, están solos. Lo que motiva el argumento de la novela es la pulsión de corregirse a sí mismos que tiene cada miembro de la familia. Pero ese sentimiento es más fuerte que la voluntad de dar por terminadas las cosas. Les es imposible sentirse satisfechos. Cada personaje siente que tiene algo que corregir, pero son todos incorregibles.
[Enfrascado en mis cosas, nunca me enteré de que el año pasado Franzen había estado en Argentina. Me di cuenta demasiado tarde, cuando un amigo observador de aves subió fotos con él. Le había estado haciendo de guía en la Reserva Ecológica Costanera Sur. Parece una tontería, pero vi pasar frente a mis ojos un sueño desvaneciéndose. Cuántas veces en la vida uno tiene la oportunidad de salir a ver aves con un escritor consagrado. No es muy distinto a perderse un pájaro raro. Me consuela saber, por los comentarios de los que pajarearon con él, que el tipo no habla de libros. Se enfoca en las aves y anula por completo al Jonathan Franzen que escribe novelas gigantescas]
Novedades de la semana
LECTURA
Tocó ponerse al día con algunos clásicos. Finalmente leí A sangre fía de Truman Capote. Si Capote tuviera un podcast, sobre cualquier cosa, podría escucharlo por horas. Es su voz lo que me encanta. Más allá de que una historia sobre el asesinato de una familia entera tiene también su gracia.
AVES EN GENERAL
Con o sin Franzen, estos días estuve saliendo a ver aves por mi cuenta. Mantengo actualizado el Blog de Aves en General con mis observaciones semanales. Lo más reciente: hace unos días nos mandamos con dos amigos al Centro-Este de Santa Fe para buscar un ave migratoria que sólo se ve por poco tiempo y en pocos lugares.
¿CAFECITO?
No me quejaría si te dan ganas de aportar con un granito de arena para combatir las horas de trabajo que vuelco en esta publicación y en Aves en General.