Muchas eminencias del cuento creen que, para la primera oración de un texto, todas las decisiones narrativas tienen que estar tomadas. Quiroga no le daba tanta importancia al arranque en tanto sonoro, en tanto a herramienta para enganchar al lector; pero estaba convencido de que ahí debían estar ya todas las reglas que iban a hacer posible el final —en donde, para él, estaba lo fundamental del relato—. En la gramática textual existe un concejo: que la primera oración del párrafo resuma la integridad del párrafo. Lo que viene después, es una exploración de los temas presentados en esa primera parte. Francine Prose no está tan segura de que en la literatura deba ser necesariamente así, pero porque los cuentos son textos en los que la voz narrativa se permite despistar al lector. Aún cuando el tema principal no esté tomado como sujeto al inicio, lo que sí está presente es el procedimiento narrativo. Un acérrimo defensor de los resúmenes en las primeras oraciones es Stephen King, quien, en Mientras escribo, recomienda la máxima de la gramática textual como un modo seguro de comenzar.
Tal es el extremo en que King es fiel a esa idea que ya en sus textos de juventud —en algún sentido más maduros que los de ahora— aparece el procedimiento. “Hay tigres”, dicen, lo escribió mientras estaba en el secundario. Siendo un texto tan prematuro, no es raro que desentone de alguna manera en su literatura. Los más despistados quizás asuman que es porque pasa de un cuento de tres páginas a una novela de mil. Pero lo que quiero decir, en realidad, es que no se trata de un cuento donde parte de la lectura está motivada por el goce estético de lo cruento y lo horroroso. Quizás un King más adulto habría narrado el ataque del tigre al niño —y veinte años más tarde escribiría una novela en la que, por un episodio secundario, se explique cómo llegó el tigre a la escuela—. De hecho, el maestro del horror vuelve a trabajar con tigres en “La noche del tigre”, un cuento mucho más largo y gráfico. Baste la comparación entre la estructura más clásica de este último cuento —típica de King: hombre abusa del poder y recibe el castigo de una bestia sanguinaria— y el tono casi surrealista de “Hay tigres”.
Para el que no haya leído el cuento, podríamos resumirlo mal y pronto como “un chico va al baño y encuentra un tigre”. Y recalco “mal”. El tigre, elemento fortuito, sin explicación y que, pese a todo, no termina de desencajar, es simplemente un obstáculo de características desproporcionadas. El mejor resumen, sin dudas, está en la primer oración del cuento, que traduzco personalmente: «Charles necesitaba angustiosamente ir al baño». Las exigencias gramaticales del inglés nos piden que escribamos el sujeto y, puestos a hacerlo, King le da un nombre. En castellano podríamos haber arrancado sencillamente con “Necesitaba angustiosamente ir al baño”. “Angustiosamente” nos pone en el lugar de la urgencia desesperada. Y con eso construimos un protagonista que no es un adulto —¡los adultos no tienen que pedir permiso para ir al baño!—. Sabemos que tiene que estar en un contexto opresivo y las opciones son limitadas: el transporte público, un partido de fútbol, la escuela... La oración, de hecho, podría haber sido mucho más sencilla si existiera un verbo para explicar la situación en que un chico tiene ganas de ir al baño en medio de una clase, un fenómeno tan concreto que bien merecería su verbo propio.
El cuento va exclusivamente de eso, el sujeto (Charles) tiene un objeto (ir al baño) que se ve frustrado constantemente (primero porque le da vergüenza pedir permiso en medio de la clase, luego porque hay un tigre, luego porque le parece inapropiado meterse al baño de chicas). El entendimiento sobre las funciones sintácticas es remarcable para un adolescente —si la historia de su publicación es cierta—. El sujeto equivale a la presentación de un tema, usar un sustantivo es decir “había una vez un niño llamado Charles”. El predicado —lo que “se predica”— es la respuesta a qué voy a contarte sobre Charles. Y nos dice King: voy a contarles de una vez en que Charles quería ir al baño y no podía. Que el obstáculo central sea un tigre —quizás incluso para sorpresa del joven King— es contingente. En general, mi filosofía es que si puede haber un tigre, ¡que lo haya! —«Mi historia es mejor —dice un personaje de Los Simpsons—, tiene tigres»—. Pero acá, tranquilamente, Charles podría encontrarse un nido de avispas, un incendio, un agujero negro, un pedófilo o un lobo feroz. Y el texto sería estructuralmente igual.
De hecho, estructuralmente, el cuento es una reescritura de un relato viejísimo. Como procedimiento, adopta la matriz narrativa del viaje. Charles persigue su objetivo con un movimiento, un movimiento literal. Pero es interrumpido, alejado de su destino, por un monstruo. No es un igual, es una criatura que lo supera. Si Charles fuera un adulto estaríamos contando la Odisea; como es un niño, podemos decir que es una reescritura de “Caperucita Roja”. Lo importante no es el monstruo sino la imposibilidad de llegar a algún lado. Para el chico, ¡el tigre es un obstáculo tan inmenso como el prohibido baño de chicas! Y por suerte, en lugar de estar devanándonos la cabeza como teóricos para desentrañar ese nivel de lectura, por suerte, digo, Stephen King hace el trabajo de dejárnoslo muy, muy claro desde la primera oración.
“Hay tigres” está disponible en mi biblioteca de audios, ENTOMOFOBIA.
Novedades de la semana
No estoy con tiempo de actualizar mi blog, Aves en General, porque todavía estoy transcribiendo las notas de campo hechas en Misiones. Muy pronto subiré todo junto, con algún que otro dibujo.
En principio, estos días estuve medio enroscado en un proyecto que llevamos adelante con mi querido Joaquín Melnik. En la cuenta de Instagram, proyecto_Quiroga_ , pueden estar al día con las novedades.
Con respecto a mis lecturas, ando alrededor de la teoría literaria. Como recuerdos de la facu, estoy leyendo El problema de la lengua poética, de Iuri Tinianov. Cada año estoy más convencido de que hay que volver a las bases, a los Formalistas Rusos.