En contra del film, en favor del prólogo
El detrimento de la lectura en nuestros días quizás tenga una explicación más sencilla de lo que creemos...
Como persona insegura, a la que no le sobra la plata, tengo un par de quejas al sistema editorial. Hace un tiempo que había dos cosas que compartían el puesto de “lo que más odio de un libro”, y ésas eran: que el texto de la contratapa sea demasiado hermético o críptico, y que directamente no haya texto en la contratapa. Pero hace poco descubrí que hay algo que odio todavía más: que el libro venga envuelto en film.
Entiendo la cuestión de seguridad, de conservar el papel, de protegerlo de la luz. Entiendo que el arte del libro es una rama del marketing, y no de la literatura. Sin embargo, no poder acceder al contenido puede hacer que directamente no compre un libro. Qué es lo que me están vendiendo, después de todo. No es lo mismo un texto pretencioso, con párrafos infinitos, que un principiante que sólo hilvana dos oraciones por párrafo. Qué pasa con las primeras palabras. No puedo esperar a estar en mi casa (sin dinero) para averiguar si las dos primeras líneas de un libro me atrapan como para leer las demás.
Debo decir, incluso, que mis más estables períodos económicos se miden en la cantidad de libros acumulados que no leí ni voy a leer. Porque los compré con mi primera changa, mi primer sueldo, mi primer aguinaldo. Compré por comprar, para deshacerme de la plata. Para decir que tengo libros y llenar el estante (todos los estudiantes de Letras pasamos alguna vez por eso). No me importaba quedarme sin dinero porque así había estado el resto de mi vida. Creía que leer era más importante para mi alma que la comida y llevaba los libros envueltos como si se tratara de paquetes de galletitas.
Está bien, nadie puede abrir un paquete, probar, antes de comprar. Pero las galletitas al menos tienen su fecha de vencimiento, sus ingredientes, sus aportes energéticos. Hoy, cuentan con los octógonos. No hay una ley de etiquetado para libros. Exceso de adjetivos, perjudicial para el tiempo libre, la segunda persona por 200 páginas causa cáncer, leer preferentemente antes de 1850 el libro no envejeció muy bien. La única forma de conocer los libros es abriéndolos.
Y, sobre todo, el plástico protector me desquicia porque atenta contra un arte que profeso y admiro: el prólogo. Qué sentido tiene un prólogo si no se lee en la librería. Al lector inexperto, una contratapa misteriosa alabando las bondades de leer ese libro y una buena referencia en el Times le alcanzan. A los que estamos acostumbrados a leer, no. Contra la creencia popular, pocas palabras hay sobre un libro más honestas que un prólogo.
Si querés saber qué es un libro, no leas la contratapa. Leé el prólogo. Las contratapas las dispone la editorial. Al prólogo lo construye otro escritor. El film vaticina un futuro en que el prólogo sea un vestigio evolutivo. En el mejor de los casos, un apéndice para el apareamiento (cuando los biólogos no saben para qué sirve algo, siempre debe ser para el apareamiento). Será sólo un juego. “Juguemos a que somos libros antiguos”. Como el que juega a escribir a máquina.
El film es la muerte del prólogo y no puedo permitirlo.
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