Usted está por adoptar un perro, comprar un pececito o heredar un pájaro. A partir de ese momento se abre una nueva ramificación en su árbol filial. Ahora ese bicho, sea lo que sea, puede designar su parentesco con usted bajo el rótulo "mascota". Es su mascota. Pero, se habrá dado cuenta de que, según el animal con que usted ahora pasa a formar familia, "mascota" significa algo totalmente diferente. No es lo mismo mascotarse con un perro que con un pez o con un loro. Ni siquiera con un gato.
Hay una especie de gradación que va acaso de los perros a las hormigas en el cual se encuentra el absoluto espectro de "mascota", un espacio indefinido entre la amistad y la mera contemplación. Las categorías son 1) amigo 2) guardián 3) compañía (no es lo mismo que "amigo") 4) pasatiempo 5) decoración. Los animalistas más ortodoxos rechazan de plano el término mascota, justamente, porque denigraría a nuestros amigos y porque todas las otras formas de vínculo son de por sí un gesto de violencia.
Ahora, yo no voy a convencerlo de que deje de decir mascota. Principalmente porque eso implicaría una serie de discusiones que quizás no está listo para afrontar y derribar una serie de preconcepciones que tienen más que ver con su propia crueldad, etc. Además, porque no trato de convencerlo de nada. Seguiremos usando la palabra porque no hay vuelta que darle, estamos socialmente presionados a llamar mascotas a nuestros compañeros animales.
La pregunta es: de qué hablamos cuando hablamos de mascotas.
Pensemos en alguno de los animales más inteligentes que pueden adoptarse legalmente —no me hago responsable si tiene usted un mono—. No sé, un perro, un gato, una rata y algunas aves como los loros y los cuervos. Quizás un chanchito, también. Esos son, dentro de los animales posibles, los más cercanos a nuestro entendimiento y por lo tanto los más aptos para comprender también el concepto de mascota.
Y no quiero decir que lo entiendan; a partir de ahora léase como un grado: "los que más cerca están de", porque vamos a trabajar con el principio de que realmente ninguno pueda compartirlo, es una categoría caprichosa nuestra. Pero al menos son los que más se podrían acercar a entender la relación como la entendemos nosotros. Me explico: son criaturas que saben que viven con nosotros, que nos quieren a su manera, aunque sea tan sólo por el hecho de compartir el bien mutuo —que no me parece poca cosa—.
Si los soltamos, lo más probable es que intenten volver. Algunos, en la medida de su potencia, nos cuidarán. Aunque no sea del todo pareja, de alguna forma entablamos con ellos una verdadera amistad. Por eso, mientras más capaces son de entender la compleja relación que nos une —o simplemente que hay una relación—, menos mascota son: el vínculo es el menos animal de todos.
No pienso abordar el complejo caso concreto del gato, que está más cerca de concebirnos a nosotros como sus mascotas y no al revés.
Lo opuesto sucede, entonces, con los animales menos capaces, los más alejados a nuestra inteligencia. Peces, tarántulas, insectos, anfibios y, en menor medida, pájaros. Ninguno de ellos tiene el entendimiento como para siquiera acercarse a la noción de mascota. Y es por eso mismo que no pueden serlo. Me explico. Ellos no pueden entender en qué medida los poseemos. A duras penas, que somos fuente de alimento. La mayoría de ellos se alejará cuando nos acerquemos o los toquemos. Algunos quizás no nos vean ni siquiera como formas vivientes. Y no es una cuestión sólo de grados de raciocinio, es una cuestión fisionómica.
El axolotl, Ambystoma mexicanum, por ejemplo, tiene un rango auditivo limitado que le impediría escuchar la voz humana. Hablamos muy despacio para ellos. La única forma de que nos escuchen es chiflarles dentro de la pecera, pero cualquiera que haya intentado chiflar bajo el agua sabe que eso es imposible. Algunas ranas quizás no sólo no nos escuchan a nosotros, sino que están diseñadas de tal forma que sólo escuchen la frecuencia en que canta su propia especie, y no cualquier otra rana.
Todo esto, de nuevo, no quiere decir que no podamos imponerles el nombre de mascota. En todo caso, le estoy dando las instrucciones, el prospecto y las contraindicaciones de uso. Aquí tiene su mascota, aquí una serie de consideraciones para tener en cuenta cada vez que la refiramos. Por ejemplo: que cada vez que las nombramos como “mascotas”, lo hacemos hacia el exterior de la relación, y no hacia adentro. Son mascotas entre otro humano y nosotros, no entre nosotros y ellos.
Mascota, en tal caso, define en realidad nuestra relación como poseedores —o guardianes, o lo que sea— de un animal frente a otro humano. Entre el animal y nosotros, sus dueños, no hay vínculo.
Esta idea parece mucho más sencilla que la propuesta radical de los animalistas —erradicar de una vez y para siempre el término mascota— pero no lo es. Ésta es una propuesta que no va a agradarle a todos porque tiene ciertas consecuencias bastante preocupantes para el género humano. Piénselo. Si uno de los efectos de mascota es describir una relación entre usted, que es consciente de ello, y una criatura que es totalmente ajena a este debate, ¿cómo estar seguros de que no somos nosotros mismos mascotas en un principio?
Mascota sería por definición algo así como una cosa que no sabe que le pertenece a otra. De esa forma, acaso nosotros somos mascotas de algún ente ininteligible —dioses, si quiere—, a quienes, sin saberlo ni estar de acuerdo, pertenecemos. O, sin ir muy lejos, las mismas fuerzas de la Naturaleza podrían ser nuestros amos. Usted me podrá decir "pero las fuerzas de la Naturaleza no poseen inteligencia". Sí, estamos de acuerdo. Pero, en todo caso, no poseen nuestra inteligencia. Se encuentran simplemente en un plano de entendimiento diferente al humano, quizás más lejano al nuestro que el de los peces.
Más aún: como las tarántulas, que mientras no nos movemos no nos perciben como una amenaza, por lo tanto ni siquiera como seres vivos, y no atacan, quizás simplemente no somos capaces de percibir a nuestros guardianes y cualquier discusión al respecto es inútil.
En términos humanos, podríamos simplemente resultar mascotas de coaliciones sociales que nosotros mismos formamos, pero que nos superan. Quizás somos el firulais del Estado, el michifús de la ley, el chucho del mercado y el pepe de nuestra familia. Esto me lleva a pensar en algo todavía peor:
Es posible incluso que usted sea la mascota de su mejor amigo. Quiero decir, no hay forma de que pueda hacer coincidir su inteligencia con la de otro. Es el clásico ejemplo de los colores, ¿qué le asegura que las otras personas ven los mismos colores que usted? Quizás sus cerebros traducen las mismas ondas en espectros diferentes, pero todos aprendimos a llamarlos de la misma manera. Lo que su mejor amigo llama rojo puede verlo como lo que usted entiende por verde. Lo que él llama "amigo", puede percibirlo como lo que usted llama mascota.
Este NewsLetter está motivado únicamente por mis ganas de hablar de literatura. Mi propósito no es hacer gacetillas ni contratapas. Lo que me interesa es la literatura como trabajo mecánico. En el sentido de poder desentrañar cómo es que un objeto funciona, cómo se comporta.
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