a la Selva
Palabras preliminares para mi hábitat sentimental. Un texto que escribí inmediatamente después de mi primer viaje a la tierra de Horacio Quiroga.
Misiones es, para mí, al mismo tiempo mítica y cercana. O si no: el más cercano de los mitos. En mi ingenua infancia, no veía mucha diferencia entre la Selva Misionera y el Amazonas. Por extensión, entre el Amazonas y cualquier selva asiática o africana. Y puedo agregar también ahí, en ese catálogo de bosques tropicales, al fondo de mi abuela, que fue una selva, ampliado por mis ojos infantiles. Yo veía a la jungla como un todo verde, tan espeso e indistinguible como fascinante. No es menos fascinante ahora. Pero cuando fui creciendo entendí que la Mata Atlántica —como cualquier selva— es única en especies y paisajes. La fantasía de estar en la selva, como espacio simbólico que representa todo lo que es salvaje —desde la propia etimología—, tenía que materializarse, entre todas esas junglas únicas, antes que por otro lugar, por Misiones.
Quiero decir, me es difícil imaginarme en los bosques nebulosos de Tailandia o en las montañas verdes de África. Las cuencas del Amazonas y el Orinoco no están tan lejos, pero siguen siendo un mundo que requiere un esfuerzo inmenso para llegar. Creo que todavía los afluentes de la Amazonía son espacios de cuento y me cuesta verlos como algo real. La Selva Misionera, en cambio, estaba a la vuelta de la esquina. Una ruta nacional sale de Buenos Aires y cruza la mesopotamia hasta allá como una avenida principal. No hay excusas para no conocerla. Sobre todo por las veces que amagué a tirarme de lleno.
Antes de mi primer viaje, ya había considerado un trayecto por el litoral hacia el norte, desde Entre Ríos y pasando por Corrientes. Un calor devastador y una serie de incendios desalentadores nos trabaron a mi pareja y a mí en Concordia. Más tarde visité los Esteros del Iberá por mi cuenta y de ahí, en vez de largarme para el norte, me desvié hacia el Chaco. También se me pude decir que hay otra selva cercana por la que podría haber empezado, otra opción para recorrer el bosque tropical sin salir del país: la yunga. Un mundo que, de hecho, comparte más características con el Amazonas que la selva paranaense. Pero justamente, Misiones formaba parte de un camino que yo ya había empezado, que había cruzado de ida y vuelta, pero nunca había terminado —y no lo termino todavía—. Ya había probado un adelanto desde las selvas en galería repartidas en las costas del Paraná y el Uruguay, con especies misioneras que ambos ríos arrastran hacia el sur.
Además, creo que las yungas tienen menos publicidad que Misiones. No sólo porque esta provincia tiene a Iguazú, que cuenta como una de las maravillas naturales y no sé qué más. Sino porque, para empezar, cuando uno piensa en el Noroeste piensa más en valles, punas y cordilleras. Cóndores y guanacos, no momotos y tapires. No es tan común hablar de yungas. Hoy, la yunga es uno de mis destinos predilectos. No sólo en la porción argentina, sino que espero también por su extensión en otros países sudamericanos. Pero Misiones es una imagen que arrastré durante toda mi vida. De chico, cuando alimentaba mis fantasías de selva y buscaba un lugar más o menos accesible, la primera opción era siempre Misiones. Los principales culpables eran Animal Planet y, por supuesto, Horacio Quiroga.
Es más: no sé qué vino primero, si Quiroga o la selva. Si los Cuentos de la Selva me gustan por los animales o los animales me gustan por los Cuentos de la Selva. No tengo recuerdos anteriores a esa doble pasión. Quizás, si hubiera sido un lector de Kipling, soñaría con la India y lo dejaría ahí, como un escenario exclusivamente literario e inalcanzable —ojalá algún día poder conocer a la India y al Tigre—. Pero Quiroga me prometía un mundo que estaba increíblemente cerca. Lejos de todo folclorismo o paisajismo, sus cuentos no son una alabanza al monte, es decir, literatura volcada a la selva. Son la selva hecha recurso literario. No hacen falta viajes en avión, papeleos engorrosos ni mucha plata para visitar los paisajes de “Las medias de los flamencos” o “A la deriva”. Que alguien haya escrito sobre una selva cercana, en castellano, con nombres de animales conocidos, hace que Misiones me provoque una fascinación literaria aparte de una fascinación naturalista.
Mientras otros, además de las aves, buscan plantas, fotos, insectos o paisajes, yo quería conocer, con la Selva, un mundo que hasta entonces era literatura. Ante todo, visité Misiones como lector. Me gusta pensar que, después de visitarla, ahora no sólo leo mejor, sino que escribo mejor. Estar ahí es meterse no únicamente en la obra de Quiroga sino también en otros autores de la selva que le siguieron, como Augusto Roa Bastos, Alfredo Varela o Marina Closs. Del primero de ellos elegí los cuentos completos como lectura para el viaje. Una edición bastante barata, debilucha y de letra muy, muy pequeña; además, la mayor parte del tiempo terminábamos muy cansados como para ponerme a leer —me acuerdo, en un momento, estar leyendo un cuento en el que a un personaje se le mezclan sueño y realidad, mientras a mí mismo se me cerraban los ojos y proyectaba al grupo despertándome para ver un pájaro increíble—. Terminar un paseo en el monte para cruzarse luego con Roa Bastos hablando del “canto del surucuá”, cuando hace pocas horas habíamos estado escuchado a esa misma ave, es sencillamente hermoso.
Y, como pequeño secreto que les cuento en voz baja, creo que cada vez que voy, emprendo el viaje menos por las aves que por Quiroga. Por supuesto que me fanaticé con la idea de recorrer esos lugares de los que me habían contado y que prometían especies rarísimas; pero cuando tomé la decisión de hacer mi primer viaje a Misiones, fue porque entre los planes estaba visitar la antigua casa del escritor maldito de la selva. La visita a cualquier otro rincón de la provincia podía haber esperado; conocer el hogar donde vivió y escribió uno de los mejores cuentistas, no.
Novedades
Mientras esto se publica, yo debería estar en la selva. Es lunes y seguramente me levanté temprano. No creo que tenga acceso a Internet ni ganas de entrar. ¿Cómo va todo en la ciudad?
También esta vuelta llevo los cuentos de Roa Bastos. La mayor parte del tiempo, me cuesta retenerlos. Así que puedo releerlos una y otra vez como si fueran nuevos. Cometí el error de leer La despoblación, de Marina Closs, en Buenos Aires. Habría sido también una buena lectura para la selva.
Si el próximo lunes estoy en casa, retomamos la actividad de Prólogos a Cosas. Además, eventualmente subiré mis anotaciones del viaje al blog Aves en General. Cada miércoles voy a enviar novedades semanales de esa publicación a través del NewsLetter.
En fin. Espero que esto se haya publicado sin contratiempos. ¡Saludos!